No se trata ya de la cuestión demográfica, ni de la escasez de alimentos o de las grandes masas humanas que se amontonan en algunos lugares del mundo –aunque esas excusas sigan apareciendo–, se trata de un ataque organizado de manera científica y sistemática, programado por los falsos profetas y los falsos maestros, que han logrado el mayor éxito posible, como dijo Juan Pablo II, en 1993, en Denver, y lo repitió en la Evangelium vitae. En definitiva, se presenta como una verdadera revolución social anticristiana. Poco a poco, se han ido dejando de lado los primeros disfraces inventados por del nuevo orden mundial, para poner de manifiesto que, lo que se pretende, es una revolución en base a un concepto conscientemente pervertido de los derechos humanos, que olvida que si tenemos derechos humanos es porque somos creaturas de Dios, y al marginar a Dios, se da pie a todos las atrocidades y a todos los atropellos.
El nuevo orden tiene todas las características de una tiranía: pensamiento único, veneración casi idolátrica por la ley civil injusta, apropiación de los menores de edad, conculcación de la libertad de cátedra y de la libertad de los padres para educar a sus hijos. El nuevo orden mundial combate la inocencia de los niños; la santidad de la familia –a la que pretende destruir creando nuevos tipos de familia–; prostituye a la mujer, con la excusa de hacerle vivir sus derechos… Es la gran mentira, el gran engaño.
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